La labor, la obra, es mucho más
que una acción perfectamente realizada. Lo que subsiste tras la acción
manifestándose en una forma, es lo que «perdura», porque: es perfecta. Lo
propio de una obra maestra es que no hay que añadirle ni suprimirle nada; cada
detalle es necesario, porque ocupa su sitio en el conjunto. Al igual que la
acción, la obra perfecta implica un dominio de la técnica, lo que, a su vez, supone
larga práctica. Esta práctica es lo único que le hace al maestro madurar,
permitiéndole así llegar a la obra consumada. Pero en esto también, así como en
la acción el sentido de la práctica, del ejercicio, no está en el ejercicio en
sí, sino en aquello a lo que, en última instancia, el ejercicio permite
llegar. Sensêi Se habla de «maestro», cuando lo que se
ha hecho o producido no es fruto de la casualidad, sino de la maestría.
Esto supone algo totalmente distinto al simple dominio de la técnica. Es un
cierto estado interior del hombre lo que prueba un verdadero saber. Pues
aunque conozca una técnica, el hombre que la utiliza seguirá siendo un maestro
muy limitado si su trabajo depende de su humor o de su sensibilidad. Aquel
que pierde la calma o se siente turbado por alguien que le observe mientras
trabaja, no es un verdadero maestro. Sólo lo es desde el punto de vista de
la técnica. Pero no lo es en lo que respecta a su persona. Domina técnica que
ha aprendido, pero no es dueño de si mismo. Y cuando su saber-hacer es
superior a su saber-ser,... el saber-hacer puede fallarle en un momento
decisivo. Ahora bien, para llegar a ser dueño de sí mismo, sólo hay una
práctica, que no proporciona un saber técnico, sino que engendra cierto estado
interior que es la mejor garantía de un saber-hacer. Se trata de una práctica
entendida como ejercicio interior. Lo que cuenta no es el hecho visible, sino
lo que el hombre gana interiormente. El ejercicio, comprendido así, no tiene
como objeto la acción en cuanto tal, ni tampoco su resultado visible, sino la
transformación del hombre. Es verdad que una acción o una obra perfectamente
cumplidas, exigen como punto de partida cierto estado interior, pero, a su vez,
prepararse para esa acción o esa obra es un camino que lleva a «ser dueño de sí
interiormente es decir, a encarnar el SER en la existencia. El sentido de la acción
o de la obra pasa así, del plano exterior al interior. No se busca un éxito
concreto, sino formar un estado de ser cuya estabilidad permita también, por
supuesto, obtener un resultado perfecto, pero cuyo fin sea la manifestación
del SER. Considerado desde esta perspectiva, 'todo arte puede constituir un
medio para progresar en la «vía interior». Se comprende así que para el
Japonés, el tiro con arco, la danza, el arte floral, el canto, la ceremonia de
té o la lucha, no son sino una sola y única cosa». Si se sitúa uno desde la
perspectiva de un trabajo terminado o, de su rendimiento, esta cita no tiene
ningún sentido. Pero si se la concibe desde nuestro propósito, o sea, desde el
punto de vista de la búsqueda del verdadero Sí-mismo, resulta obvia. Está
claro que para el Japonés, todo arte y todo deporte, va más allá de la simple
noción de rendimiento, de resultado concreto, externo, y que al ejercitarse,.
está trabajando para lograr un «estado de ser», para devenir un hombre
«completo». De hecho, cuando se alcanza este fin, haciéndose realidad la
integración del SER, toda realización se hace por sí misma, sin tener la
impresión de que lo que quiera que sea haya sido hecho. Se podría establecer
una comparación con el modo en que la manzana, ya madura, cae del manzano, de
forma natural.
Tomado de:
Karl Graf Dürckheim. Hara Centro Vital del Hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario